domingo, 1 de febrero de 2009

Perros

"El perro permaneció al lado de la puerta con la lluvia cayendo detrás de él sobre la maleza y la grava. Estaba mojado, enfermo y tan lleno de cicatrices que bien podía haber sido remendado con trozos de otros perros por algún loco partidario de la vivisección (...) Al alejarse levantó lateralmente el hocico y dejó escapar un terrible aullido. Algo ultraterreno. Como si una acumulación de pena hubiera irrumpido desde el mundo pretérito".

Con estas líneas del enorme Cormac McCarthy trataré de explicar dos asuntos: Por qué decidí adquirir el gran compromiso de que un ser peludo con cuatro patas acompañe mi existencia, y por qué este blog tiene por título En la frontera. La segunda de las cuestiones es la más sencilla de responder: porque admiro sobremanera la ruda pluma del escritor y uno de los libros que más me ha emocionado no es otro que En la frontera, a cuyo final corresponden las líneas anteriormente escritas. La primera de las preguntas planteadas se me hace más difícil de responder...


Fundamentalmente, por egoismo. A mil kilómetros de la mayor parte de mis seres queridos, hubo un tiempo en que llegué a asustarme: tanta soledad, incluso para una persona como yo, acostumbrado a disfrutar de ella, me tenía preocupado, temeroso, como si mi existencia discurriera paralela al mundo, incapaz de unirse a él, divergente. Y como siempre había deseado tener un perro, pensé que era el mejor momento para agenciármelo. Y lo hice. Me enamoré de una camada de perros de agua españoles que vi por internet y me puse en contacto con el criador. Al de dos semanas me llegó a casa en un cesto de plástico vía MRW desde Calatayud (mi can es el que puede verse en la fotografía). Al principio me sentí un poco mal: joder, era un ser vivo que llegaba por carretera como si fuera un vulgar paquete, un viejo mueble, una bicicleta, una sarta de chorizos caseros enviada por una madre a su hijo que estudia fuera... Ese cierto sentimiento de culpabilidad desapareció en cuanto me di cuenta de que el perro era más duro que el acero, como si fuera capaz de soportar la más salvaje de las torturas. Perra vida. Llevo con él un año y dos meses y ya solo hay una cosa segura: que no me separaré de su lado hasta que nos entierren a uno de los dos. De todo lo que puede dar a uno un perro me quedo con la lealtad. Mientras escribo estas líneas descansa a mi lado, y me mira con ganas de juerga cada vez que levanto la vista de la pantalla del portatil. Y ya no me siento tan solo.

viernes, 9 de enero de 2009

Helada


Vine a la tierra que me vio nacer con la llegada de las primeras nieves de invierno y ahora he de retrasar mi regreso allá adonde vivo por la llegada del segundo temporal. Estos días todo es frío y gris en Bilbao. Un constante anochecer hasta que llega la noche. Mi viejo coche aguarda para atravesar la península. De norte a sur. Carreteras heladas, cunetas blancas. Una llamada con contenido trágico alimenta mi prudencia y viene a ratificar mi espera: quien fuera el amor de un amigo acaba de dejar su vida en el asfalto. El vehículo en el que viajaba con su marido hizo acuaplaning y se precipitó a ese paraje sombrío del que ya no vuelves jamás. Hacía escasos meses que se casó con él. "Es feliz a su lado", me dijo un día mi amigo que le había dicho ella antes de pedirle que ya no le mandara mensajes entrañables por el móvil por respeto al hombre con quien iba a casarse. Mi amigo aún se acordaba de ella por las noches, al regresar a casa, como todos nos acordamos alguna vez de aquellos seres a quienes un día amamos de verdad. Ya no podrá enviarle más mensajes. Un esalofrío tras colgar. La certeza de que un día lo somos todo y al siguiente la nada. La sensación de que la vida pende de un hilo fino, un imperceptible espacio como el que separa el límite entre la locura y la cordura. Estamos en la frontera.