viernes, 9 de enero de 2009

Helada


Vine a la tierra que me vio nacer con la llegada de las primeras nieves de invierno y ahora he de retrasar mi regreso allá adonde vivo por la llegada del segundo temporal. Estos días todo es frío y gris en Bilbao. Un constante anochecer hasta que llega la noche. Mi viejo coche aguarda para atravesar la península. De norte a sur. Carreteras heladas, cunetas blancas. Una llamada con contenido trágico alimenta mi prudencia y viene a ratificar mi espera: quien fuera el amor de un amigo acaba de dejar su vida en el asfalto. El vehículo en el que viajaba con su marido hizo acuaplaning y se precipitó a ese paraje sombrío del que ya no vuelves jamás. Hacía escasos meses que se casó con él. "Es feliz a su lado", me dijo un día mi amigo que le había dicho ella antes de pedirle que ya no le mandara mensajes entrañables por el móvil por respeto al hombre con quien iba a casarse. Mi amigo aún se acordaba de ella por las noches, al regresar a casa, como todos nos acordamos alguna vez de aquellos seres a quienes un día amamos de verdad. Ya no podrá enviarle más mensajes. Un esalofrío tras colgar. La certeza de que un día lo somos todo y al siguiente la nada. La sensación de que la vida pende de un hilo fino, un imperceptible espacio como el que separa el límite entre la locura y la cordura. Estamos en la frontera.